Según el Estatuto de Roma, la desaparición forzada de personas es “la aprehensión, la detención o el secuestro de personas por un Estado o una organización política, o con su autorización, apoyo o aquiescencia, seguido de la negativa a informar sobre la privación de libertad o dar información sobre la suerte o el paradero de esas personas, con la intención de dejarlas fuera del amparo de la ley por un periodo prolongado”. La Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas de 1994, se rige por los parámetros de esta definición.
Sin embargo, hay facetas profundas desde la implicancia humana. La cruel mecánica estatal cargó de significaciones (sentimentales, políticas, personales, etc.) al término “desaparecido”, modificando la percepción del entorno. Esto lo detalló con mayor precisión la historiadora Viviana Nardoni (integrante en APDH y Directora del Museo de la Memoria Rosario) durante la actividad realizada el viernes 27 de agosto por APDH Rosario, en víspera del Dia del Detenido Desaparecido, al apoyarse en estudios de Pilar Calveiro y especificar “el poder desaparecedor apunta tanto al cuerpo individual como el social”, al colectivo. De este modo, la víctima es quien padece tormentos; como también es víctima el entorno de familiares, amistades, amores, compañerxs de estudio, aquellos que sufren en el desconcierto absoluto. Esto tenía una clara finalidad: el adoctrinamiento a través del terror. El miedo paralizó, la brutalidad dejó perplejo y el grado de deshumanización funcionó un tiempo como elemento disciplinador.
El engranaje institucionalizado como política represiva del Terrorismo de Estado atacó desde diferentes aristas:
Económico: recién en los años noventa el neoliberalismo logró encontrar en la figura de Carlos Menem, la llegada al gobierno por la vía de los votos. En tanto, plantó su semilla mediante un sangriento golpe.
Social: el movimiento obrero y estudiantil altamente organizado debía ser fracturado, borrado, diezmado.
Cultural: el plano en el cual la dictadura se manejó para impregnar su mensaje fue el de los medios (radio, televisión, diarios). El mecanismo de la propaganda con fuerte complicidad y explícitos apoyos jugaron un rol fundamental para instalar un sentido histórico. Además de esto, las persecuciones a docentes, estudiantes y quema de “libros peligrosos” iban en esta dirección.
Frente externo: la apertura desmedida y el endeudamiento con acreedores y organismos externos, formaban parte de un proceso de desregulación del mercado interno, asfixia de derechos laborales y salarios. Todo esto, contó con el gran apoyo de los Estados Unidos, formadores y financiadores de doctrinas de seguridad y economistas propagando el “consenso de Washington”.
En resumen, Latinoamérica no debía emanciparse con sus gobiernos populistas. La experiencia cubana había sido demasiado traumática para el imperialismo y no debía replicarse en países fuertes como Argentina.
El desaparecido: incertidumbre y complicidad
Los numerosos campos de concentración y exterminio fueron los sitios preparados para aquellos que desaparecían sin dejar rastro. Esto es importante remarcar: esos lugares fueron un secreto de todos. Calveiro explica que no se podrían haber llevado a cabo sin integrantes de una sociedad que miraron para otro lado. Y lamentablemente eso ocurrió en el país.
Respecto de la falta de empatía, Laura Marina Panizo en su trabajo universitario “Ausencia y desaparición: el caso de los desaparecidos de la última dictadura militar en Argentina”; cita a Ludmila Da Silva Catela: “la falta del ritual y del reconocimiento social de la muerte, produce la falta de la compasión colectiva; ya que aquellos que deberían solidarizarse con el dolor, optan por silencio, la ignorancia o negación de la situación”.
Aquellos infames sitios eran donde las personas se enfrentaban cara a cara con sus victimarios y las voluntades buscaban ser quebradas. Humillar la condición humana de quien es condenado. Pero también, para el entorno de esa persona que se esfumó, reconfigura el escenario. El poder desaparecedor era capaz de borrar identidades, modificarlas y, por supuesto, mentir sobre el paradero. De este modo, la figura del desaparecido se torna dramática y angustiante. Frente a esto (con el conocimiento acerca del accionar militar en no reparar) y posteriores estudios antropológicos que descubrieron restos, conviven en la figura del desaparecido el plano de la vida y la muerte. Una ambigüedad existencial que tensiona sobre los sentimientos de quienes lo buscan y consigo trae aparejado un marco simbólico, en el cual los rituales mortuorios propios de la cultura no son llevados a cabo debidamente.
Esa despedida inconclusa, altera y pone en crisis realidades individuales que se vieron violentamente afectadas producto de un accionar genocida.
Vale traer a colación un breve relato del filósofo José Pablo Feinmann durante la emisión del ciclo de programas “Filosofía Aquí y Ahora”. En su ejemplificación cuenta una historia ficticia en la cual un gobernador asiste al entierro de un oficial de policía. La esposa del difunto, se acerca llorando al político y cuestiona “¿Dónde estaban sus derechos?”. El dirigente simplemente se retira sin contestar.
Sin embargo, existe una respuesta muy clara. Por más que el gobernador se haya retirado para no tener problemas, el hecho es que el oficial actuó en su oficio, labor a la cual desde el primer día sabía a lo que se exponía, y si bien el hecho terminó de la peor manera, la familia fue debidamente notificada de todo lo sucedido, nadie les ocultó datos y el muerto fue velado como corresponde con sus seres queridos dándole la última despedida. Con el desaparecido esto no ocurre, y ese es el drama. Muchas personas pasan infinidades de situaciones, intentando imaginar si podrá estar vivo y lejos de ellos, o en el caso de asumir que lo más probable es que esté muerto: ¿Dónde estarán sus restos? ¿Alcanzará esta vida para encontrarlo? Ese tipo de dudas duele pero motoriza.
La deshumanización del fenómeno y el sujeto político
Como bien se señalara antes, los actores que apoyaron abiertamente la dictadura, trabajaron activamente por instalar un relato histórico. Sus peores consecuencias se vieron reflejadas en el marco jurídico y político como la sanción de leyes como Obediencia Debida y Punto Final, los Indultos. Además, permeó en algunos sectores la “Teoría de los dos demonios”, aquella nefasta justificación que emparda responsabilidades de un estado terrorista con civiles.
En línea con estos hechos, se ha escuchado en reiteradas ocasiones que “no son treinta mil”. Distintos dirigentes aluden a estudios históricos que recogieron un número menor, y de esta forma se banaliza una crueldad horrenda que azotó a la ciudadanía. Como citó Nardoni al abordar este destrato: “Un muerto es una cuestión de tristeza. Un millón es una información”. Este tipo de actitud puede tener una doble lectura: por un lado, la falta de empatía y sensibilidad en pos de distanciarse políticamente de reclamos que se encuadran en una exigencia directa al Estado en tener mayor participación activa en derechos humanos. Por otra parte, no sería atinado suponer que revolver el dolor para quitarle seriedad al tema, implica evitar asumir afinidades ideológicas económicas con el modelo instalado por el golpe, el cual perdura hasta nuestros días montándose en partidos de corte conservador.
A lo largo de la exposición, la presidenta de la regional Rosario, Verónica Gauseño, junto a Gretel Galeano (regional Catamarca) y Rubén Marigo (regional Bariloche), coincidieron en que fue plan sistemático por el accionar torturador y la forma de homogeneizar el mensaje. Ese mensaje que pretende echar por tierra reclamos de justicia social e igualdad que pregonaban muchxs compañerxs desaparecidxs y asesinadxs.
Es por esto último que el desaparecido trasciende el estado de “suspensión”*. Además de tratarse de una búsqueda física, se constituye como sujeto político a partir de generar una continuidad histórica en el sentido de lucha y hacer política de reivindicaciones. “Continuar levantando sus banderas”, suele oírse y leerse entre lxs militantes del área de derechos humanos. Entonces es la búsqueda por la verdad y la justicia, reconstruyendo los hechos, señalando responsabilidades de un Estado terrorista; por la memoria, para mantener latentes su espíritu de lucha sofocado por el golpe y mantener vigentes consignas en los distintos contextos.
Lautaro Ruiz, integrante APDH Rosario
* Término utilizado por Laura Marina Panizo en su trabajo universitario “Ausencia y desaparición: el caso de los desaparecidos de la última dictadura militar en Argentina”, para referir a cómo erige la figura del desaparecido en quienes lo buscan y lo “sienten” cerca. Además, el estudio sirvió para conceptualizar sobre lo que significa la zozobra ante la falta de una habitual ceremonia; y lo que implica la figura del desaparecido en el plano existencial.