Desde el inicio de la pandemia, tanto en Argentina como en la región y distintas partes del mundo, sectores del conservadurismo más reaccionario agitaron conceptos y traccionaron al punto de tener visibilidad suficiente para instalar en el escenario político la revisión de uno: el comunismo.
Esa palabra, la cual a lo largo de este tiempo cualquier candidato o dirigente de la derecha se montó para denostar a su adversario. De este modo, sin siquiera detallar un ápice en clave histórica, ser comunista fue asociadoal atraso, la opresión, pérdida de libertades individuales, descalabro económico y consecuente hambruna y desempleo masivo. Son precisamente este tipo de dichos los que vacían significados y reemplazan por prejuicios sin argumentos sólidos, pero rellenos de estigma. Funcionan como puntapié de las futuras frases comunes que se afirman con liviandad. Así, terminan por configurar un espectro en donde la mínima iniciativa redistributiva es catalogada de comunista, entendiendo por esto, todo lo dicho anteriormente.
Sobre esa plataforma ideológica se van asentando cimientos de un discurso que tiene como praxis política destruir símbolos populares para construir un neoliberalismo con apariencia anti-sistémica. Dicho de otro modo, teniendo en cuenta quiénes son los actores políticos que la pregonan, la máxima sería borrar antecedentes propios y ajenos para reforzar al establishment desde el telón de la novedad y la rebeldía. Pecaríamos de inocentes si creyéramos que ese sector concentrado sólo denigra para dañar la moral; parafraseando al lingüista Barthes, detrás de sus palabras, se agazapa un regresivo plan económico.
Inmersos en este contexto y luego de dos años duros de pandemia, y presenciar (caso de Argentina) algunas movilizaciones con la consigna “No al Comunismo” (tras decretarse medidas de aislamiento y disminución de la circulación), se llevó adelante un evento en el cual convergieron aportes culturales de diversos países: La Feria del Libro, la cual tuvo como ciudad invitada de honor a La Habana. Con todo el preámbulo de situación sociopolítica es necesario entender esta presencia y el lugar.
La presentación del libro “Cine Cubano” con el panel integrado por Sergio Fuster, Norma Ríos y Amor Perdía, presencias de magnitud como la del embajador de Cuba en Argentina, Sr. Pedro Pablo Prada Quintero y la secretaria de la Embajada cubana en el país, Sra. Magda Luisa Arias Rivera, así como también cuadros de la cultura cubana y el organismo de DDHH, APDH Regional Rosario; ponen de manifiesto con cuerpo, forma, relieve y peso propio lo que significó la revolución cubana en el mundo y sus premisas generando contagiando inspiración en un continuum con las generaciones venideras. El embajador fue claro en sus palabras al agradecer el interés que despierte la cultura de Cuba en Argentina, y, específico al detallar “las dificultades que provoca el recrudecimiento del bloqueo y la pandemia”.
Pero no sólo eso. En la exposición, Arias Rivera dio anuncios como la proyección de tres películas a presentar en la ciudad de Rosario. La descripción de las mismas, brindada por Prada Quintero da cuenta cuál es el nexo conector de estas producciones: el yugo colonial a manos de España y Estados Unidos.
Por lo tanto, esta acción política enhebrada en páginas, es más que un libro. De esa presentación subyace una lucha por el sentido de una verdadera libertad ciudadana y no de mercado especulativo, de reflexionar a partir de experiencias combativas que se sostienen y aún batallan en una relación de asimetrías que repercute sobre los pueblos. “Cine Cubano” es un lazo para interpretar la industria cultural desde una óptica no manchada por la hegemonía de Hollywood, ni los lentes de la escuela europea crítica, sino en clave de potenciar y dar columna a prácticas emancipatorias en este lado del mundo. Por esto Ríos afirmó “lo definitivo es el cambio total y no los retoques”. Siempre hay algo más tras las estructuras partidarias para una elección. Tal vez a esto refería Fuster cuando expresó: “Amamos Cuba y su idiosincrasia”.
Vale recordar, diferentes movimientos de izquierda, progresistas y peronistas supieron ver un faro en la revolución comandada por Fidel. Y es que (con mayor notoriedad desde la última dictadura en Argentina) los sueños de una patria libre, justa y soberana fueron resquebrajados, postergados, y el tormento aplicado sobre aquella comprometida población, con el paso del tiempo envió a esas ideas al cajón de lo irrealizable, dejando brotar impotencia y dolor.
Al regreso formal de la democracia, los grandes terratenientes en sede de la Sociedad Rural, silbaron sin vergüenza al entonces presidente Raúl Alfonsín. Los ganadores de un modelo de exclusión y muerte vieron una amenaza en volver a retomar prácticas democráticas.
Por el contexto convulsionado de apariciones de facciones de una derecha que todo lo inhumaniza y la esencia de carácter histórico de La Rural, podemos afirmar con esperanza que el stand de La Habana se homologó como esa isla combativa que invitó a seguir resistiendo frente a los avances del poder concentrado y el capital financiero. La jornada trascendió la superflua dinámica de comprar a un precio caro el último best-seller, para impregnar un poco de ilusión y creatividad político, proponer horizontes desde la faceta que uno ocupa, porque el conjunto operando unido con una propuesta de verdadera igualdad es guía para superar el angustioso estadio de encontrarse en disparidad respecto de la correlación de fuerzas (tan mencionado en el debato público).
Otra vez, Cuba, aprendimos a quererte. Aprehendimos.
Texto: Lautaro Ruiz