Para el común de los rosarinos, esta diversidad cultural está invisibilizada en los márgenes de la urbe, las decenas de miles de hermanos y hermanas originarios son parte de los barrios más pobres y olvidados. No se los reconoce como portadores de culturas ancestrales que en los tiempos aciagos que vivimos tienen mucho para enseñarnos de cómo vivir hermanados y en comunión con la Madre Tierra y con todas las expresiones de vida.
Por Claudia Andrea Gotta*
En la segunda mitad del siglo pasado comenzaron a darse en nuestro país migraciones de pueblos originarios de diversas regiones hacia los centros industriales. En los primeros momentos, estos aluviones poblacionales, tuvieron como destinos ciudades regionales pero luego los desplazamientos se dirigieron a otros núcleos más distantes como Buenos Aires, Santa Fe y Rosario. Para nuestra ciudad, los flujos se sobredimensionaron a partir de la década de 1980 cuando un gran número de hermanas y hermanos indígenas, provenientes en su amplia mayoría de la provincia del Chaco, se asentaron en la zona de Empalme Graneros, sobre terrenos cercanos a las vías del ferrocarril.
Desde entonces, se multiplicaron los asentamientos dando lugar a barrios y comunidades organizadas, cuyos habitantes se autorreconocen como parte del pueblo nación qom (tobas) y en menor medida mocoit (mocovíes). Sin embargo, la población indígena en nuestra ciudad no se reduce a estos dos pueblos, la presencia de kollas y mapuches es registrada y reconocida oficialmente desde hace años y ambos pueblos comparten con los primeros órganos de representación y participación en ámbitos oficiales.
Para el común de los rosarinos, esta diversidad cultural está invisibilizada en los márgenes de la urbe, las decenas de miles de hermanos y hermanas originarios son parte de los barrios más pobres y olvidados. No se los reconoce como portadores de culturas ancestrales que en los tiempos aciagos que vivimos tienen mucho para enseñarnos de cómo vivir hermanados y en comunión con la Madre Tierra y con todas las expresiones de vida.
Cierto es que muchas y muchos jóvenes originarios han nacido en Rosario y que la lucha por la preservación de su cultura es tomada por parte de las comunidades, puesto que la estigmatización, el racismo y la exclusión han hecho mella en el seno de estas poblaciones.
La lucha por conservar la lengua originaria, el respeto a su forma de alimentarse, de habitar, de considerar la salud y de vivir en comunidad quedó a cargo de algunas mujeres y hombres de los diversos pueblos, quienes se erigieron como referentes ante las autoridades que se fueron sucediendo a lo largo de cuatro décadas. Éstas últimas fueron otorgando respuestas espasmódicas, meros paliativos a reclamos legítimos por el respeto a un abanico de derechos reconocidos y otorgados por nuestra Carta Magna así como por diversos tratados internacionales a los que nuestro país adhirió.
A pesar de que las múltiples problemáticas sufridas por los pueblos originarios ha sido históricamente desatendida por el Estado en sus tres niveles, o al menos atendida de manera poco eficiente, tras tantos años de luchas, los logros se fueron dando y en noviembre de 2013 Del Concejo Municipal de Rosario aprobó la Ordenanza N° 9.119 por medio de la cual se crea la Dirección de Pueblos Originarios, dependiente de la Secretaría General de la Municipalidad. Según la normativa, con esta iniciativa se propone “…promover la construcción de ciudadanía plena para las personas que se autodefinen como descendientes o integrantes de pueblos originarios y sus comunidades, atendiendo especialmente su cosmovisión y su riqueza étnica y cultura ancestral.”
En esa misma ordenanza también se dispone la creación, en el seno de la Dirección, del Consejo de Coordinación y Participación de Políticas Públicas Indígenas con el objeto de “…profundizar la participación desde una perspectiva étnica e intercultural de las comunidades de los pueblos indígenas en las políticas municipales…”.
Si bien en la letra pareciera saldada la participación de los pueblos en la definición de aquellas políticas públicas que directamente los involucran, al día de hoy son muchas las voces que se alzan en disidencia, aún entre quienes participan de este consejo hay desacuerdos.
Pueblos Originarios y Derechos Epistémicos
En los últimos años y en el marco de la Universidad Nacional de Rosario se habilitaron diferentes espacios desde donde se intenta recuperar –y a la vez poder productivizar- el saber de los pueblos indígenas. En algunos de estos espacios dando lugar a la palabra propia de los pueblos, como es la Cátedra Libre: “Saberes creencias y luchas de los Pueblos Originarios”, inserta en la cartografía extracurricular de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, a la que la APDH Rosario acompaña desde su creación.
A la vez se da la implementación de sucesivos proyectos y programas de extensión protagonizados por estudiantes que adscriben a diversas pertenencias étnicas, en ámbitos escolares de currícula tradicional y bilingüe, así como en el territorio compartido por comunidades asentadas en nuestra ciudad, han acercado otras visiones que interpelan el hacer educativo y que buscan conformar promotores interculturales que se empoderen de las historias y los saberes comunitarios y lo articulen con el conocimiento adquirido en el marco de las diferentes carreras universitarias en las que se hayan insertos.
De ese modo, se van registrando, documentando y difundiendo diversas experiencias educativas que consideramos pueden enriquecer el proceso de enseñanza a nivel superior si logramos introducir acciones pedagógicas concretas y, a partir de ellas, la formulación de políticas educativas que contemplen la realidad pluricultural de nuestra región y también del país, tales como el Programa Intercultural para Estudiantes de Pueblos Originarios de la UNR que hemos creado en el 2013 y la participación en la Red Educación Superior y Pueblos Indígenas y Afrodescendientes en América Latina (ESIAL) desde el año 2015.
Nos cabe como compromiso, entonces, seguir fortaleciendo espacios, que aspiran a ser interculturales y descolonizadores, nacidos en las fraguas de una estrategia epistémica y política, a partir de la cual hemos comenzado por deconstruir los códigos que han fundado las diversas formas del colonialismo para poder garantizar la construcción de una trama narrativa de la realidad asomada al desafío de pensar otros futuros.
Todos estos espacios deberán sin duda alguna constituirse en el marco de una política educativa intercultural y por tanto descolonial, basada en la acción colectiva más que en debates teóricos inconducentes, y en ese actuar, seguramente, les cabe a las comunidades y a los pueblos un papel primordial y protagónico.
*Presidenta de APDH Regional Rosario y Secretaria Nacional de Pueblos Originarios de APDH Argentina.